martes, 12 de enero de 2010

Jaime Gil de Biedma, o la vida entre el hedonismo y el tormento


Entre tanto despliegue de efectos especiales, y "avatares" que causan admiración por sus conseguidos visionados en 3D, aún cuando sus protagonistas se debatan en diálogos insustanciales, entra en escena una película, cuyo director Sigfrid Monleón, recrea una visión personal sobre la vida de uno de los que pudiéramos denominar "poetas malditos"; la del controvertido y poco conocido, Jaime Gil de Biedma.
Es sabido que una vida sin intensidad suele ser, en la mayoría de los casos, una vida sin historia; no es el caso de este poeta nacido en la Cataluña burguesa de finales de los años veinte, que moriría el mes de enero de 1990 a los sesenta años de edad víctima del sida, o del que fuera el riesgo de su propio azar (la caída de la hoja nunca fue un buen augurio).
Más allá de la reconocida forja del poeta, Gil de Biedman fue el ejemplo de un hombre atrapado en las complejas circunstancias en las que se debatió su vida: una posición holgada, un hedonismo circundante, y una demostrada lucidez. Pero a veces la vida fácil también puede entrañar una existencia tortuosa, y en esa controversia o paradoja, Gil de Biedma se sintió atrapado, incapaz de romper las ataduras de esa trilogía perversa en la que tantas veces se sintió un ser circunstancial. A este tríptico vital hay que sumarle el peso sobrellevado de su homosexualidad nunca ocultada, en una España donde ser "maricón" era un estigma que machacaba como un rulo demoledor, sin tener en cuenta el blindaje o las delicadezas de ciertos blasones o apellidos, sometiendo a los homosexuales a una persecución sin tregua y sin concesiones posibles.
De la película puede extraerse que Gil de Biedma utilizaba la poesía como un medio para escapar de sí mismo. A un curioso heterónimo ad hoc parecen dar forma sus poemas, cuando los ecos de sus versos se convierten en orfebre que hace posible el propio espejo en el que se busca tratando de reconocerse, como quien lo hace escribiendo un diario con una necesidad íntima y urgente de decir o simplemente contar; en este caso añadiendo, además, un inequívoco rasgo estético; un "versar" que le surge al poeta de dentro, y que si bien en todo juglar constituye una parte consustancial de su propio interior, en Gil de Biedma esa pátina se muestra necesariamente vital y creadora, porque únicamente ese oficio lo hace crecer y ensancharse, aunque también lo desnude sin piedad para reconstruirse en otro yo necesario supurando los fracasos de su propia huída que, acaso, siempre presintió como una empresa imposible, limitándose a dejarse llevar hasta agotarse en la quema sucesiva de los días:

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Este verso describe perfectamente al poeta. La sencillez y la brutal nostalgia que proclama lo redimen y lo ensalzan hasta rozar la música de un barro libre de toda sospecha; argamasa de un alma ingenua y al mismo tiempo lúcida. Es este poema, en cierta forma, la sospecha de que la vanidad resulta siempre algo baldío, desde cuyo vacío el poeta se ve a sí mismo como un espectador sin reacción posible. Los privilegios de clase son, a la postre, algo que acabará esfumándose por entre las mondas estériles del irremediable olvido. El privilegios de los ricos es sólo un breve salvoconducto, y el poeta sabe muy bien que ese privilegio resulta estéril; incluso incómodo, para modificar lo esencial de otros derroteros.
Sé que estoy haciendo una breve descripción de cómo intuyo al poeta, y soy consciente de que tal vez me encuentro ahora mismo susceptibilizado por los influjos de la película; como esa tremenda y última escena con un primer plano del actor Jordi Mollá, encarnando al poeta, reflejando en su rostro la decepción más extrema ¿Un guiño a "Muerte en Venecia"?
Al parecer el actor eligió hacer esta película de entre otros proyectos que le ofrecieron. La interpretación puede considerarse sobresaliente; el resto de los personajes cumplen su papel muy dignamente, teniendo en cuenta que el eje principal es el poeta. El director se ha limitado a poner foco al resto de protagonistas según el ritmo con el que se desarrolla el film, y éstos cumplen su cometido dando fuerza y forma a los imaginados paisajes de una época, y a una pequeña parte de lo que bien pudo ser su mundo intelectual, familiar, existencial y amatorio.
Quizá se echa en falta cierto detenimiento narrativo sobre algunas escenas cruciales que pasan como meros fotogramas cosidos a la trama; por ejemplo, la ausencia que muestra el poeta escuchando un discurso político una vez establecida la democracia en nuestro país. Se sabe que el poeta, de alguna manera, se sintió decepcionado con la política; seguramente, y como les ocurriera a tantos otros, esperaba algo más, o tal vez sólo lo abstraía el lúcido presentimiento de haber quemado definitivamente sus naves.
Un film, como digo, muy recomendable para quienes mantengan cierto contacto con la cultura, les atraiga el personaje, o simplemente deseen huir por un momento de ese otro mundo del celuloide tan plagado de violencia gratuita, seres interplanetarios, o magias imposibles. Esta película es, sin duda, un film que humaniza, al mismo tiempo que puede llegar a impregnarnos de cierta dosis de sana introspectiva reflejada en el azogue de nuestros propios espejos; sólo sea para recordarnos, como decía el poeta, que la vida es algo que siempre va en serio.
Si vais a verla, que la disfrutéis. Salud

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