lunes, 12 de enero de 2009

Sobre curiosas analogías

Hay relaciones curiosas, y al hilo de alguna que otra asociación entre conceptos, aflora muchas veces un lenguaje prodigioso. A los poetas, pongo por caso, se les supone la capacidad de resumir en un sólo verso un mundo caleidoscópico de imágenes. Un espacio en blanco puede significar un silencio, o la situación de un invidente si el escritor nos está hablando de un ciego. No ven pero escuchan. Una buena narración les puede hacer volar. Imaginar seres y espacios que sus ojos nunca verán. La lectura de los ciegos sólo es “en blanco”, palpando pequeñas prominencias tácitamente codificadas.
Cabe pensar que de esta facilidad que tenemos para relacionar palabras con imágenes surgió una comunicación íntima, prolija y misteriosa. Nuestra facultad de imaginar dio sentido al cuento, y aprendimos a recrear en nuestra imaginación lo que el escritor supo urdir mágicamente con la letra.
Viremos de camino y entremos ahora en el subconsciente de otras analogías; como por ejemplo el mundo fascinante de los colores ¿Quién de vosotros no asoció en algún momento el rojo con la violencia, con la estridencia de la sangre, o con el ardor secreto que embriaga a los amantes? Si por esta senda de las policromías nos topamos con el azul, muchos dirán de inmediato que fueron los celos quienes forjaron este color, o la percepción impresionable de algún poeta sumergido en su mundo mientras buscaba armonías. El azul es mi color, el de la rosa imposible sobre la que ya escribiera en algún cuento. La euforia de los sapos que le trovan incansables a la noche, también el nombre de la ciudad que habitan las nostalgias. Si hablamos del negro, ¿quién de vosotros, en algún momento, no lo asoció a la muerte, o al color bajo la venda que ciega los ojos del condenado, mientras las puntas de veinte fusiles arañan su aliento. También el negro es el color de la luz boca abajo, el de la oruga en su nicho, el del adúcar de la mariposa que espera paciente su primer vuelo. El rosa es el color de la confusión entre sexos. Este color es ambivalente y da mucho juego, es festivo, estridente, informal; para los conservadores de las formas un insulto. Pero también la frivolidad del rosa se opone al rigor de la llaga de Cristo, y se reconoce en el matiz que colorea el envés del sexo. Rosa es el color del tren del pasado que los años tornaron en sepia. El color de la herida que sangra cuando la lanza de la nostalgia hurgó certera en la fragilidad de un olvido.

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